El ser humano es una contradicción permanente. Cuando entramos al baño y nos miramos en el espejo, solemos ser benignos, nos gusta lo que vemos, nos sentimos orgullosos. Irradiamos seguridad y convicción. En cambio, cuando nos ponemos frente a otros, muchas veces nos sentimos inferiores, notamos mil y un defectos, nos menospreciamos.
La vida es una permanente búsqueda, lo sabemos, y encontrar nuestra mejor versión no es fácil. Sin embargo, el primer camino para alcanzar el objetivo es aceptarnos tal cual somos. Con ese cúmulo de defectos, con esas virtudes que nos brindan alegría. Unos y otras son parte de nuestra esencia, no las podemos desconocer, no las podemos ocultar.
Este es uno de los dilemas grandes a los que se enfrenta un emprendedor cada vez que se para frente a sus clientes, ya sea de manera virtual o presencial. Nos preocupa brindar una imagen positiva, capaz de llamar la atención, de conseguir una conexión que nos permita establecer una relación. Y es ahí, justamente, donde a veces patinamos.
Sí, porque olvidamos que la premisa fundamental para que el mercado nos abra su corazón es ser auténticos. El problema surge cuando no estamos seguros de mostrarnos como somos, cuando nos invade el miedo de que el cliente descubra esos defectos que tenemos, cuando caemos en la tentación de proyectar una imagen de perfección.
Ese, amigo mío, es un craso error. Cuando un prospecto posa sus ojos en ti, cuando se interesa en el producto o servicio que le ofreces, su prioridad es que soluciones el problema que lo aqueja. ¡No necesita que seas perfecto! De hecho, muy seguramente no pretende una relación con alguien perfecto, porque eso lo hace sentir lejano, inferior.
Posar de perfecto es una estrategia errada, por la simple razón que cuando cometas un pequeño error, cuando tengas un pequeño tropezón, cuando no cumplas con las expectativas, te lo cobrarán muy duro. Lo que debes hacer, lo que el cliente está esperando que hagas, es que te muestres auténtico, tal cual eres.
Como sicólogo que soy, además de mi amplia experiencia en el mundo de los negocios, percibo esta situación a las primeras de cambio. A kilómetros detecto a la persona que finge, que quiere proyectar lo que no es. Y, por supuesto, tomo mis recaudos, porque no es el tipo de personas que quiero a mi alrededor, no creo que me aporten algo valioso.
Una de las razones, quizás la principal, por la cual alguien toma la decisión de ofrecer una imagen postiza es que no se valora: carece de autoestima. Se acompleja por sus defectos y no valora sus virtudes. Eso ocurre porque no se conoce, no sabe quién es él mismo, no entiende cuánto puede darle al mundo, no percibe qué puede hacer por los demás.
Entonces, lo primero que debes hacer para ser auténtico es conocerte. Eso requiere una alta dosis de honestidad, además de autocrítica y autoestima. No debes ser demasiado duro, porque puedes distorsionar la realidad. Lo importante es que tengas claro cuáles son tus defectos (y trabajes para superarlos) y cuáles son tus virtudes (y las enriquezcas).
Ser humano, la clave
Cuando estás frente a la pantalla de tu computador en un webinario, cuando te paras en el escenario en una conferencia, cuando estás frente a la cámara en un video, lo más importante para ti y para tu negocio es que seas auténtico. Serio, si eres poco expresivo; divertido, si posees sentido del humor; histriónico, si la actuación es uno de tus dones.
Ser auténtico es imprescindible a la hora de forjar la confianza y la credibilidad que sustente tu relación con los clientes. Es una exigencia que el cliente, con seguridad, no está dispuesto a negociar. Define tu estilo, descubre tu esencia y plásmala en tu comunicación, en tu trato con los demás, en tu contacto con el mundo.
Hay una ley del mercado que solemos olvidar en algún momento y que constituye un grueso error: el cliente quiere tratar con otro ser humano, no son un ser perfecto. Entre más humano te muestres, entre más auténtico seas, más cerca estarás de ganarte la confianza de la gente, más rápido desarrollarás credibilidad y más fácil será tu trabajo.
La base de la confianza y la credibilidad es la cercanía, es decir, que esa persona que te busca, que se interesa en lo que lo ofreces, te perciba como algo que puede alcanzar. No como un ídolo lejano, como ese cantante al que solo puede apreciar por televisión o lejos del escenario, o como ese deportista al que nunca pudo abordar para que le firmara un autógrafo.
No. Lo que la gente busca, lo que el cliente quiere de ti además de la solución a su problema, es alguien como él: un ser humano, con defectos y virtudes. Si eres auténtico, en algún momento entenderás que esas ‘imperfecciones de fábrica’ son, precisamente, tus más poderosos argumentos para captar la atención de los demás. ¡Sí, así como lo lees!
¿Por qué? Porque si en realidad fueras un ser perfecto, el nivel de éxito que alcanzaste perdería todo su mérito. Si eres perfecto, por supuesto que tendrías que ser exitoso. Por obligación. ¿Te das cuentas de las implicaciones negativas de proyectar una imagen de estas características? La gente aprecia, valora y agradece que te muestres como eres.
Uno de los secretos de la felicidad es aceptarnos como somos, imperfectos. Así, entonces, la próxima vez que te mires en el espejo, busca defectos, cicatrices, y disfrútalas. Y cuando te pares frente a otros, destaca tus virtudes, muéstrate auténtico y no finjas. Verás cómo logras una conexión poderosa que, más tarde, tu negocio agradecerá.
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