A principios de año me establecí unas metas a cumplir durante los siguientes doce meses, que todavía mantengo. Empecé bastante bien con todas ellas pero con el tiempo, he ido descuidándome bastante. Hacía casi dos semanas que no corría ni hacía ningún tipo de ejercicio. También llevaba unas semanas que comía todos los días fuera en vez de prepararme algo sano. Y sobre mis proyectos personales, en uno de ellos apenas había hecho nada desde hace un mes y en el otro le había dedicado el tiempo justo para no tenerlo abandonado.
Ayer volvía a casa casi inconsciente después de una cena demasiado copiosa y venía pensando en todo esto. Llegué a la conclusión de que sólo hay una cosa que puede llegar a impedirme alcanzar mis sueños. Es más, creo que es la cualidad que le falta a la mayoría de gente que no cumple sus sueños. La disciplina.
Si lo pensáis, tiene sentido. Muchísimas cosas que deseamos pueden conseguirse "simplemente" con fuerza de voluntad. Sacarse una carrera, comer bien, hacer ejercicio cada día, sacar adelante un proyecto personal o algo tan banal como mantener tu casa limpia y ordenada, pueden conseguirse a base de tener la disciplina necesaria para dedicarle tu tiempo a eso en vez de a otras cosas más placenteras. Por supuesto, es mucho más fácil de decir que de hacer. Sin embargo, la fuerza de voluntad es algo que creo que puede entrenarse, como si de un músculo se tratara, para tener toda la que necesitemos antes de afrontar un nuevo desafío.
Del mismo modo que uno no puede pasar de ser tímido a tener seguridad en uno mismo de un día para otro, o leyendo un libro, la fuerza de voluntad es algo que debe mejorarse en pequeños pasos. Haz una lista de todas aquellas cosas que te gustaría hacer habitualmente y por falta de ganas, no haces. En mi caso sería algo así:
Levantarme cuando suena la alarma en vez de quedarme en la cama apurando el tiempo al máximo para dormir un rato más. Esto también incluye levantarse a horas razonables los fines de semana.
Hacer ejercicio cada día.
Trabajar cada día en alguno de mis proyectos personales en vez de dedicar ese rato a otras actividades de ocio que no me reportan nada, como ver series.
Dedicar más tiempo a conocer gente nueva en vez de quedar o salir siempre con el mismo grupo de amigos.
Preparar mi propia comida en vez de salir casi cada día a comer. Así controlo más lo que como y gasto menos dinero.
Comer sano en vez de optar más por comida basura o menús de dos platos y postre.
Leer cada día un rato antes de irme a dormir en vez de ir a la cama cuando estoy demasiado cansado para hacerlo.
Las he ordenado de más fácil de integrar en mi rutina a menos, según mi propia experiencia. Es decir, los primeros elementos de la lista son aquellos que menos fuerza de voluntad requieren por mi parte para realizarlos. Por supuesto, otra persona podría ordenar esa misma lista de otra forma, es algo muy personal.
Lo siguiente es integrar todas estas actividades en nuestra rutina una a una. Cuando iniciamos un nuevo hábito, la primera semana es sin duda la más dura. Esto no quiere decir que pasada una semana ya no haya riesgo de que la pereza o la procrastinación entren en juego, pero al menos habremos pasado los días más duros. Idealmente, tras la 7º semana, todos los nuevos hábitos que hemos puesto en la lista formarían parte de nuestra rutina. Ese es el objeivo.
¿Cómo debemos enfrentarnos a cada nuevo cambio? Hay que tener claro que no va a ser fácil. Cuando debamos tomar una decisión sobre si hacer caso a nuestro objetivo para esa semana o a lo que nos pide el cuerpo, lo vamos a tener difícil. Pero hay que tener claro que si el cuerpo nos pide quedarnos en la cama cinco minutos más tras sonar la alarma (que siempre acaban siendo más), o nos empieza a salibar la boca al pensar en una pizza cuatro quesos como opción para cenar, no lo hace porque sea lo que realmente el cuerpo necesita, sino por inercia. El cuerpo humana se puede acostumbrar a muchas cosas, y nuestra tarea ahora es luchar contra esa inercia acumulada para acostumbrarlos a otros hábitos, unos hábitos mejores para él.
La clave para lograrlo es hacer, no pensar. Si cuando suena la alarma del despertador abrimos los ojos y empezamos a pensar si realmente queremos levantarnos ya o sería mejor (o no tan malo) quedarnos un rato más en la cama, os lo aseguro, nuestro cerebro acabará dándonos las razones suficientes para convencernos de que lo mejor es quedarse en la cama, y que somos estúpidos por haber llegado siquiera a plantear una alternativa. Si en vez de eso tenemos claro que el sonido de la alarma equivale a "levanta el culo de la cama YA", y sabemos que tenemos que hacer caso a esa orden o fracasaremos en nuestro intento de integrar ese cambio en nuestra rutina, todo resulta más fácil. Sigue sin ser fácil, pero al menos es posible. Si empezáis a razonar con vuestros instintos, tenéis todas las de perder. Como reza el famoso eslogan de Nike: just do it (simplemente hazlo).
Un artículo de Manuel F. Lara
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