Correr de arriba abajo histéricamente, como un pollo perseguido por el corral sabiendo que el horno le espera, es lo fácil. Lo difícil es pararse. Congelarse. No hacer nada y tener un momento zen.
Pero esos momentos zen son fundamentales en nuestra vida. Reflexionar. Pensar. No en las facturas, en cómo voy a llevar la reunión de mañana o en qué personas invitaré a la cena del sábado. No. Pensar. En ti mismo. En cómo va tu vida. ¿Eres feliz?
Ir sumando kilómetros y carpetas y conversaciones telefónicas y acuerdos y contratos y tareas realizadas junto a ese pollo histérico te hace sentir que estás haciendo las cosas, que estás haciendo lo que debes, que lo llevas todo al día, super-bien. Has puesto un montón de señales en tu agenda que significan: “HECHO”. Wow. Eres un crack.
Pero son los momentos del pollo zen los que te dirán si estás yendo en la dirección adecuada. Si estás corriendo como ese pollo para salvarte de algo o si estás corriendo hacia un objetivo bien trazado. Si mantienes el rumbo o lo has perdido. Esos momentos zen te permiten mirar a tu mapa y ver si te has salido un poco de la carretera o te ha pasado algo que te hace ir en dirección contraria. Y puede que te atrevas a cambiar tu curso si es así.
El pollo atemorizado aprendió que su lugar estaba en el corral, como la mayoría de los pollos “con suerte”, porque al menos no está en una granja de pollos. Buah, esos sí que lo pasan mal. Yo tengo una suerte… El pollo atemorizado corre más deprisa, más histérico, en círculos cada vez más reducidos. El pollo zen viaja tranquilamente, sin apenas equipaje, únicamente una brújula y el mapa con un punto señalado.
¿Qué pollo eres tú? Esther Roche
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