El juego y el deporte exigen mucho a la hora de alcanzar metas. Piden esfuerzo y entrenamiento. Diríamos que la persona adquiere un espíritu deportivo ante la vida para darle mayor calidad personal. En este sentido lo más parecido a la vida es el deporte. En ambos buscamos resultados, pero no siempre supone triunfar sobre el otro.
En el juego basta con competir bien, aunque no se gane. En la vida, hay que luchar por unos ideales, aunque no siempre se consiguen cabalmente. Pero el deporte le brinda a la vida algo muy valioso: la deportividad, optimismo y el buen humor. Eso es un logro.
El logro es muy importante para el hacer humano, para el trabajo y para el obrar de la persona. Todos buscamos como logro los buenos resultados. En cuanto los obtenemos, pensamos que nuestro hacer, nuestro trabajo o nuestro obrar han valido la pena. Muchas veces a esos resultados los llamamos éxito, y a su falta le decimos fracaso, aunque no siempre lo sea.
Ferreiro y Alcázar han explicado muy acertadamente cómo lo opuesto al éxito como logro económico y profesional es el fracaso. Y lo opuesto a la plenitud (a la aspiración por lo mejor, a la felicidad, a la madurez, al logro) no es el fracaso, sino el vacío. Una vida vacía es una vida no lograda.
Lo ideal es que el logro como plenitud vaya acompañado del éxito en su sentido profesional y económico. Pero es compatible con un cierto fracaso que, incluso, le sirve a la persona como experiencia para darse cuenta de que el logro no estriba sólo en el éxito profesional o económico. Hay aspectos que van más allá, relacionados con la trascendencia respecto a los demás o a la sociedad: el servicio, la solidaridad, el patriotismo.
En el logro convergen la eficacia y la eficiencia de todas sus tareas. Está claro que sin resultados no puede comprobarse el acierto de los esfuerzos por llegar a SER. Esos resultados pueden tener muchos nombres: rendimiento en el trabajo, calidad de los servicios y productos, valores vividos, satisfacción personal, calidad de vida, etc. Lo que no quiere decir que se tengan que dar todos al mismo tiempo o sucesivamente. El logro también puede ser visto en términos de proyecto de vida, es decir, de cómo se van cumpliendo los objetivos y metas que cada uno se ha fijado en lo humano, en lo físico y de salud, en lo económico, en lo intelectual y espiritual, en la dimensión social o en el aspecto religioso. Habrá campos en los que se podrán establecer unos indicadores en alguna medida más objetivos. En la valoración definitiva de ese logro, tendrá importancia lo que observen las personas que tienen un conocimiento directo de uno y poseen elementos de juicio apropiados.
Hay tres características relacionadas con el logro: visión, proactividad y madurez. Respecto a la visión, recordemos a Senge: “No importa lo que la visión es sino lo que la visión logra”. Personal o corporativamente se puede tener muy bien definida la visión, pero eso no basta. Hay que hacer que sea realidad, hay que trabajar por los planes, objetivos y metas hasta ver los frutos del esfuerzo continuado. La proactividad es mirar hacia el futuro, tratando de anticiparse responsablemente, o sea, generando respuestas que introducen cambios en los planes y proyectos de modo que cuando se presenten sea más fácil implementar la solución.
Madurez
“La madurez consiste en conocer, asumir y recorrer la distancia que separa el ideal de su realización” (R. Yepes). Veamos la estrecha relación que hay entre el ser persona, el proyecto de vida, la aspiración a la plenitud y el logro, con la madurez humana, que implica, entre otras cosas:
- Saber juzgarse a sí mismo y a los demás, con realismo, serenidad y cordura, teniendo muy en cuenta las circunstancias propias y ajenas.
- Capacidad de querer y de actuar con libertad, responsabilidad y coherencia.
- Tener un carácter equilibrado en sus manifestaciones interiores y exteriores (evitar las ondulaciones de un extremo a otro).
- Reflexión y control sobre los propios actos.
- Integración en la vida social sin presunción ni vanidad, con ánimo de servir.
- Capacidad de evaluación de sí y de los otros, donde juega un papel clave la humildad, que es la verdad de uno mismo.
En otras palabras, ser lo que se es y como se es, aceptándose a sí y a los otros, pero con disposición a mejorar para adaptarse a los demás. Hablamos de la madurez como algo dinámico que implica saber qué se es como individuo, con qué valores se cuenta y cómo es el medio en el que nos desenvolvemos como personas y nuestra relación con él.
Se suele contraponer la madurez a la juventud, porque ésta es una etapa de mayor ilusión, fantasía y subjetividad, pero también de un choque más abrupto con la realidad.
Frente a la madurez en la que tiende a prevalecer la objetividad, la actitud de entrega y de servicio a los demás, incluso de abnegación.
Pero no hay que excluir que la juventud como etapa cronológica presente una maduración con factores que pueden aparecer como propios de la madurez cronológica, que en realidad se dan en todo tipo de madurez, incluida la “madurez joven”.
Así nos explicamos que haya personas que adelantan su proceso de maduración, logrando una estabilidad de espíritu, y una unidad o coherencia de vida que los convierten en personas maduras, a pesar de su juventud cronológica.
Porque saben para dónde van, lo que quieren, cómo lograrlo, y tienen un sentido profundo del compromiso y del servicio a los demás. Todos nos hemos encontrado en la vida con este tipo de “jóvenes maduros”
También se da un fenómeno en contravía de aquél: personas que, por su edad, sus conocimientos y sus circunstancias en la vida, deberían tener un rango de madurez determinado y no lo tienen, pues carecen de las cualidades propias de un hombre o mujer maduros.
Se dejan arrastrar por las variaciones emocionales y se comportan como niños cuando deberían reflejar la compostura y la seriedad propias de una edad madura.
También puede presentarse el hecho curioso de que haya gente que aparenta madurez en las formas o en la conducta, pero no tiene con qué respaldarla correctamente. Adoptan actitudes y comportamientos propios de la madurez, pero como no maduran, se convierten en algo así como esos frutos verdes que caen del árbol antes de tiempo.
Calidad de vida
La calidad de vida está relacionada con la madurez, con el logro y la felicidad. Se trata de algo que suele entenderse muy limitado al bienestar subjetivo, pero personalmente creo que va más allá de una conquista física o material.
Va hacia algo trascendente, porque tiene que ver con la libertad y con los sueños y la capacidad de planear el futuro, que es parte de la ilusión que anida en todo ser humano. Pero el logro tampoco se reduce a tener calidad de vida, aunque un sentido completo de la calidad de vida está mucho más cerca del logro.
Con “calidad de vida” se indica una red de satisfacciones que hacen sentir feliz a una persona. Tiene que ver con el bienestar físico y mental, afectivo y social, ecológico, de seguridad, educación y recreación, pero sobre todo, con cómo la persona humana desarrolla su ser en esas condiciones básicas de vida, que varían según las diferentes sociedades y culturas.
No es posible, por eso, la estandarización de un elemento con tanta carga subjetiva. No es lo mismo cómo se plantea la calidad de vida en una sociedad en grado de extrema pobreza que en un país desarrollado, aunque en ambos pueda hablarse de objetivos básicos comunes a la calidad de vida.
Hay muchas personas que no tienen casi nada y otros que lo tienen casi todo, hablando en términos económicos y físicos. Entre unos y otros hay un gran abismo, muchas veces insalvable.
Tal vez en los primeros ni siquiera podamos hablar de calidad de vida, porque les falta lo fundamental en términos físicos. No se alcanza a plantear el tema de la calidad de vida, porque lo primero es lograr sobrevivir.
La calidad de vida es el conjunto de circunstancias (físicas, económicas, intelectuales, afectivas, culturales, espirituales y sociales) que permiten a la persona el ejercicio auténtico de su libertad, para poder elegir los fines y bienes para su felicidad, y cumplir su aspiración a una mayor realización personal.
La calidad de vida no se define sólo en términos de lo que le interesa a la persona individualmente. Es necesario tener en cuenta su relación con el otro, es decir, su inserción en el ámbito familiar, laboral y de relaciones sociales.
Como se dijo antes, es un concepto que tiene mucho de subjetivo, pero igualmente posee unos componentes ligados necesariamente al entorno social, al medio ambiente, a la cultura y a los valores espirituales.
En la calidad de vida entran en juego factores cuantitativos y cualitativos, siendo más detectables los primeros (alimento, vivienda, salud, trabajo, educación, movilidad, servicios, recreación, nivel de seguridad, etc.) que los segundos (todo el ámbito de la satisfacción y de cómo se siente la persona).
En los segundos, aunque hay muchas circunstancias que la facilitan, hay crisis cuando las personas no se sienten bien, a pesar de tener todas esas cosas. A veces son las mismas circunstancias las que dificultan lograr un equilibrio vital. Curiosamente, algunas veces, ni el trabajo, ni el descanso, ni las relaciones sociales les aportan la armonía necesaria en la vida.
Calidad de vida es un tema que se puede y debe abordar desde muy diferentes puntos de vista, y en el que las condiciones de vida misma, como dije antes, adquieren sentidos muy diferentes de una sociedad y de una cultura a otra. Por ejemplo, respecto a factores físicos relacionados con la salud o con la situación económica, con la familia y con la inserción en las organizaciones sociales.
O respecto a los factores de orden psicológico y espiritual como lo relacionado con la realización afectiva y el equilibrio emocional de la persona.
Además, cada uno va modelando esa calidad de vida según las diferentes edades y épocas, de modo que se trata de algo vivo, dinámico y cambiante, que no se puede someter a reglas fijas, sino a orientaciones y descripciones generales.
Del equilibrio a la armonía
Más que hacer un listado de componentes de la calidad de vida, lo que importa es subrayar la búsqueda de un equilibrio entre todas ellas. Equilibrio difícil pero necesario, según se ha señalado entre los indicadores objetivos y los subjetivos. Estos últimos se destacan, sobre todo la satisfacción y las manifestaciones de madurez intelectual y emocional que son comprobables por las demás personas, así como la fecundidad de las relaciones interpersonales y sociales.
Habría que usar, además de equilibrio, el término armonía, para indicar no sólo la adecuada presencia y proporción de los factores que integran la calidad de vida, sino la adquisición y progresivo enriquecimiento interior proveniente de un estilo de vida coherente. Son dos componentes, uno estético y otro ético que hace ver que hay un sentido de la vida, una plenitud de ser. Se trata no sólo de aspirar a un nivel de bienestar que pueda medirse, sino de examinar, por decirlo así, el nivel de “bienser”, o sea, el logro de las aspiraciones más altas del ser humano en términos espirituales,
En ese sentido “calidad de vida” se convierte en un principio ordenador, con base en el cual se puede determinar la capacidad de logro de una persona o de una organización. Para que en ella los individuos vivan y busquen el perfeccionamiento como personas y como miembros de una comunidad, de un modo razonablemente aceptable.
Desde ahí puede entenderse mejor por qué la búsqueda de la calidad de vida es un tema importante en las decisiones sobre en qué trabajar, cómo trabajar, para qué trabajar, cómo manejar la propia vida, la salud, el ejercicio, la enfermedad y el descanso, la vida familiar y social.
Nos reta a buscar la felicidad, a pensar en el logro, con ayuda de los demás, a través de un camino complejo, desde una visión integral del bienestar humano y de la fuerza espiritual de la persona.
Jorge Yarce
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