Si bien la palabra procrastinar parece un anglicismo importado, lo cierto es que procede del latín (pro-, diferir, crastinus, el día siguiente) y está recogida en el diccionario de la Real Academia Española como sinónimo de diferir, aplazar.
El fenómeno de la procrastinación empezó a ser estudiado por filósofos, psicólogos y economistas a partir de que George Akerlof
escribiera en 1991 un ensayo titulado “Procrastination and Obedience”
(procrastinación y obediencia). A través de su propia experiencia—estuvo
varios meses meses retrasando cada día, de forma incomprensible, una
tarea que tenía que realizar—Akerlof se dio cuenta de que este fenómeno,
más allá de ser un mal hábito, sobrepasaba los límites de la
racionalidad
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