Cada lector habrá tenido sus experiencias y resultados. Yo no recuerdo haber tenido que mentir a los demás (clientes, jefes, colegas…) de modo trascendente en el trabajo, aunque sí puede que me haya excedido alguna vez con mis verdades (hablo de decir abiertamente lo que se piensa), lo cual, en la práctica, puede resultar peor: “ataques de sinceridad”, me atribuían. Pero lo que voy a enfocar aquí es el autoengaño, es decir, lo que sucede cuando, quizá tras mucho repetirlo u oírlo, un directivo empieza a otorgarse capacidades superiores a las reales, en lo individual y en lo colectivo. Entonces, la tensión entre las creencias y las realidades puede hacer la vida difícil.
El autoconocimiento sigue siendo una asignatura pendiente para el ser humano; no sorprende que se postulara en Delfos, que Sócrates insistiera, y que aún hoy se siga predicando. Incluso, en ocasiones, más que de insuficiente conocimiento de uno mismo, hay que hablar ya de cierto autoengaño, quizá singularmente grave en el ámbito profesional y empresarial. Casi todos tenemos una imagen desdibujada de nosotros mismos pero, si enfocamos a quienes administran poder, las consecuencias de ello pueden resultar lesivas, si no fatales, para las empresas. Adaptemos la sentencia délfica y digamos: “Conócete a ti mismo y a la empresa que diriges”.
En relación con las capacidades de su empresa, hay ejecutivos que parecen poner más empeño en aparentar que en ser, y se diría que no pocos de ellos acaban creyéndose sus manifestaciones, magnificando sus logros y capacidades, de tanto repetirlos. Sin duda hay muchos empresarios plenamente confiables y conscientes de sus capacidades, muy profesionales y responsables, de los que llamamos “serios”; pero en verdad hay otros que exageran con desmesura sus logros pasados, e incluso alardean de otros futuros que luego no llegan. En reconocimiento de los primeros, hablemos de los segundos.
Comentario final
En verdad nadie es perfecto, y quien esto escribe ha sido en su vida bastante lento en el autoconocimiento y lo lamenta; pero seguramente el defecto es más grave cuando arraiga en empresarios y altos directivos, y afecta de modo negativo a la gestión empresarial. Los rasgos descritos para el autoengaño del directivo apuntan a un claro trastorno, que complica la convivencia en el trabajo y se refleja en los resultados. Sin duda, se ha de hacer una buena digestión de éxitos y fracasos, un buen análisis, aprovechando la ocasión para aprender.
Dicho lo anterior como resumen, quizá, en descargo de los afectados, debamos recordar que el sistema —no exento de paradojas e incoherencias el mundo empresarial— puede estar generando trastornos diversos en quienes están sometidos a mayor presión y estrés, en ambientes excesivamente jerarquizados, y marcados por la competitividad individual y colectiva. Pero, ¿cómo acabar con el autoengaño en que parecen encontrar refugio algunos ejecutivos? Siendo todos, en general, poco receptivos al feedback, quizá sólo un buen coach pueda lograr avances rápidos en las personas afectadas. Recordemos que quien no se conoce bien a sí mismo, no sabe si se autoengaña o no.
Para terminar, el propio Sócrates nos animaba a intentar ser lo que deseamos parecer, y eso, llevado al ejercicio profesional, supone aprendizaje y desarrollo permanente. También a empresarios y ejecutivos apunta la necesidad de aprender continuamente, tanto en conocimientos como en habilidades, actitudes, creencias, valores, hábitos… Hemos de atender a todo lo positivo que nos falta —para incorporarlo—, y a todo lo negativo que nos sobra —para neutralizarlo—. Gracias al lector por su atención.
José Enebral Fernandez
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