sábado, 5 de mayo de 2012

La Inteligencia Emocional y sus competencias

El conocido columnista del prestigioso diario New York Times y autor de éxito Daniel Goleman pone en la palestra de la teoría organizacional, el término “competencia emocional” que se refiere al manejo adecuado de las emociones en el sitio de trabajo, fomentando un “clima emocional” adecuado para un desempeño exitoso. En el mundo laboral se acepta que la productividad depende de una fuerza de trabajo que sea emocionalmente competente.

El término “competencia emocional” es un derivado de la teoría desarrollada por los científicos y psicólogos norteamericanos Peter Salovey de la Universidad de Harvard y John Mayer de la Universidad de New Hampshire, denominada “Inteligencia Emocional”, que describe las cualidades emocionales que según sus apreciaciones, tienen importancia para alcanzar el éxito, entre las cuales se encuentran: la empatía, la expresión y comprensión de los sentimientos, el control de nuestro genio, la independencia, la capacidad de adaptación, la simpatía, la capacidad de resolver problemas de forma interpersonal, la perseverancia, la amabilidad y el respeto. Implica conocer y reconocer nuestras propias emociones, manejarlas y canalizarlas adecuadamente, controlar las motivaciones, reconocer y comprender las emociones de los demás y cultivar las relaciones.

Desde la postura filosófica que postulaba “conócete a ti mismo”, la práctica de la inteligencia emocional supone una mejor interacción entre los miembros de cualquier sistema humano, ya que amplifica la “sintonía emocional” por medio de la comprensión consciente de los aspectos emocionales que inevitablemente subyacen dentro de ellos.

La inteligencia emocional, dada a conocer en el mundo por el Dr. Daniel Goleman a través de sus libros, ha despertado un justificado entusiasmo debido a que nos permite entrar en procesos de reflexión acerca de la importancia de las emociones en nuestro desempeño diario, ya sea en el ámbito familiar, de amistades o laboral, tal como lo señala Shapiro (1997:25):

"El entusiasmo respecto del concepto de inteligencia emocional comienza a partir de las consecuencias para la crianza y educación de los niños, pero se extiende al lugar de trabajo y prácticamente a todas las relaciones y emprendimientos humanos. Los estudios muestran que las mismas capacidades de inteligencia emocional que dan como resultado que su niño sea considerado como un estudiante entusiasta por su maestra o sea apreciado por sus amigos en el patio de recreo, también lo ayudarán dentro de veinte años en su trabajo o matrimonio".

Por otra parte, la Inteligencia Emocional ha trascendido del plano personal y ha entrado a formar parte del estudio de las organizaciones y cómo estas se desenvuelven y desarrollan al compás del manejo adecuado de las emociones. Es necesario reiterar que un clima organizacional donde las relaciones interpersonales estén resquebrajadas por el inadecuado manejo de las emociones por parte de sus miembros deriva en un ambiente laboral donde se percibe la frustración, la decepción, la intolerancia, el desanimo y por ende la desmotivación como los elementos cotidianos y desastrosos que erosionan dolorosamente la convivencia en la organización.

La incorporación de la Inteligencia Emocional al plano organizacional no es nueva, tal como lo señalan Cooper y Sawaf (1998:6) cuando afirman:

"Desde hace ya varios decenios algunos de nuestros mejores pensadores sobre liderazgo nos vienen recomendando conservar las emociones en la vida organizacional y aprender a valorarlas y manejarlas mejor, en nosotros mismos y en los demás”.

Lo anterior hace suponer que los miembros de una organización ya no solo tienen que conocer su trabajo, los procesos y procedimientos para llevarlo a cabo, la tecnología y su uso adecuado, las herramientas de gestión más apropiadas sino también debe poseer competencias que le permitan “navegar” en ese mar de relaciones que es la organización, construyendo un “clima emocional” que permita el fluir de todos esos procesos humanos vinculados a las emociones que subyacen inevitablemente en esos entes de convivencia que son las empresas.

Siguiendo a lo anterior, ya no podemos confiar solamente en las capacidades del intelecto sino, apoyados en las emociones, ejercer procesos personales de liderazgo y manejarnos “emocionalmente inteligente”, tal como dice Senge citado por Cooper y Sawaf (1998:8):

“Los individuos con alto nivel de maestría personal...no se pueden permitir escoger entre razón e intuición, entre cabeza y corazón, como no elegirían caminar con una sola pierna o ver con un solo ojo”.

 

Un artículo de Robin Rojas

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